A partir de las ruinas
Damián Tabarovsky
El momento de la verdad
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mar dulce, 2022, 88 pp.
Hay vestigios de narración. ¿Los hay? ¿Es este nuevo libro de Tabarovsky una ficción? Poco de esto importa si pensamos que lo que le interesa al autor, por sobre cualquier otra cosa, es interpretar y que en esta acción algo se le haga a la lengua. Hacerle algo a la lengua es tan esencial en la escritura de Tabarovsky como el hecho mismo de interpretar. Esto último lo expresa claramente, es cierto que en una instancia de ficción, pero también es cierto que el propio concepto de ficción es el que va a ser puesto en la mira. ¿Por qué en la mira? Porque el personaje del libro está frente a una mira y desde allí ve el discurrir de una intersección de dos avenidas de la ciudad de Buenos Aires, de dos avenidas muy transitadas, con una misión: un hombre de los medios. Pero dejemos de lado la trama. Escribe: “Narrar no es contar, concatenar, avanzar, relatar, novelar, inventar. Narrar es comentar, es un comentario interpretativo, o tal vez un conflicto de interpretaciones, porque toda interpretación es conflictiva, todo discurso es agonístico, un combate”. Más allá de que el fragmento no parezca ser parte del amplio universo de la ficción, lo que logra Tabarovsky es que el personaje que está frente a la mira discurra hacia espacios que desdibujan las fronteras. Su escritura de ficción, que nunca buscó ser lineal, se aventura a desarrollarse a la vez que piensa el acto de escritura, interpreta en tanto tensión, piensa la recepción y la circulación de los textos. En el acto de producir le interesa hacerle algo a la lengua. Que el estado de la lengua luego de un texto sea otro o, por lo menos, para ser menos pretenciosos, que se visualice una nueva posibilidad. Y ese trabajo se hace sobre todo en el nivel sintáctico. En varias entrevistas el autor manifestó, palabra vieja diría el propio Tabarovsky, que un libro es político no por su tema, que hable de un proceso histórico particular, sino por su sintaxis. Por su posicionarse dentro de una política de la lengua, por su adhesión a la norma, por la tensión que establece con ella. Pero claro que este hacerle algo a la lengua no se detiene en lo sintáctico. Ya en su libro Literatura de izquierda del 2004 Tabarovsky cita a Deleuze para pensar esta relación: “el escritor inventa en la lengua una nueva lengua, una lengua extranjera”. Y en este nuevo libro se pregunta sobre la linealidad de las metáforas, afirma: “el adjetivo es el enemigo” y nos dice que existe una supremacía del sustantivo sobre el verbo. Todo esto en una ficción. Pero hay más: “Llevar a la lengua a un estado de vacilación, de titubeo, de irresolución, como condición de posibilidad para narrar … vacilación como carta de presentación, como lugar en el mundo, como fortaleza, como distancia y reaseguro frente al ruido trivial de la época”. Lo trivial de la época en literatura, para el autor, es lo que denomina las novelas ISO 9001, en las que “las sintaxis que usa la lengua que cuenta las historias que cuentan que las cosas no deben seguir así ya no alcanza”. Tampoco alcanzan las historias lineales y bien construidas. Esto último lo dice dentro de una larga pregunta en la que aprovecha la materialidad que produce la distorsión del megáfono, utilizado en una obra cercana a esta esquina de Buenos Aires, que al ampliar distorsiona y lo aprovecha para cuestionar desde la literatura sus formas.
Lo que parece interesarle a Tabarovsky es la literatura, en su amplio campo, como espacio de disputa y por eso elige moverse en todo el frente. Va de la poesía, imagina que uno de los personajes va recitando un poema, a la filosofía, recuerda frases de Silvia Schwarzböck. También utiliza conceptos de la sociología y los estudios culturales que le permiten interpretar el interior de la mochila de una persona que aparece en la mira o la salida de un grupo de jóvenes a un evento cultural organizado por el estado. Y todo lo hace con gran agilidad, el texto no se detiene, es un discurrir rápido y corrosivo. Pero no agresivo. Porque concibe el pensamiento como un estado de potencialidad. Hay afirmaciones pero no sentencias. “Cuando hay una narración que me interesa es porque las ideas son sus personajes” y pocas líneas después: “¿Debería convertirse la narración en una ficción teórica?”. Su respuesta es clara: no. “Lo que irrumpe como teoría es una verdad que deja mareada a cualquier ficción. Que la vuelve manifiesto, programa, y a la vez la deshilacha, asume su condición de ruina”. Trabaja en el filo. Este personaje detrás de la mira, trabaja en el filo. Pero ¿logra que las ideas sean sus personajes? En este caso principalmente el personaje. ¿Dónde operaría esta intención? Si sabemos que a Tabarovsky la trama no le interesa, que le interesa trabajar hacia adentro de la lengua, que la fragilidad es una estrategia que se muestra en lo opuesto a la construcción de una literatura bien construida, bien pensante, entonces ¿cómo construye su personaje en este El momento de la verdad? En este libro que forma parte de una obra programática la búsqueda es que las ideas sean el personaje. Y esto parece cumplirse. El personaje en sí se oculta detrás de la mira y lo que leemos en esta deriva es un continuo de ideas, a partir de recuerdos pero también a partir de interpretar lo que podríamos llamar personajes secundarios. Estos transeúntes que pasan mientras la espera se realiza, interesan en tanto que de ellos se pueden establecer conjeturas, o sea, nuevas interpretaciones. Cuando la mira hace foco en el lector que va en un colectivo, piensa en la mochila y su contenido, y eso le hace recordar una publicidad de una revista en la que se podía ver qué tenía un tipo dentro de su cabeza. Esto, a su vez, le permite comentar. O más precisamente, conjeturar a partir de ciertos objetos y así diferenciar al consumidor cultural con el lector duro. La tenencia de ciertos bienes culturales, una novela ISO 9001, entradas para un recital, CDs, una revista cultural, etc. conforman la imagen del consumidor cultural. En frente estaría aquel lector duro, que ya casi no existe y hacia quien las editoriales no dirigen sus publicaciones, que en su cabeza lleva tres o cuatro libros, una novela, un ensayo, uno de poesía. Quizás otra novela. Pero sólo libros. Esa es la operación que realiza el autor, de todo: ideas. ¿Por qué? Porque como ya no interesa narrar si no es entendido como interpretación, lo que interesa es que el programa de escritura basado en la fragilidad que busca el boicot de una acumulación sintáctica reproductiva de lo existente deje, luego de la lectura, “la experiencia de atrapar lo poético en lo histórico, lo eterno en lo transitorio”. Esta última cita es de su segundo ensayo Fantasmas de la vanguardia que nos señala claramente que su escritura, además de ser programática, se cumple no sin tensiones. Hay vestigios de narración pero sólo eso, ruinas en la lectura que es “una experiencia que deja marcas pero no huellas”. Frase que, con algunas variaciones, recorre su obra.
Horacio Maez.